Veneno
Ya es
casi mediodía y hace rato que el desayuno quedo atrás. Sábado y levantarse
tarde, lo más tarde que se pueda. Aferrarse a la cama para intentar robarle
unas horas más, o aunque sea unos minutos más de sueño. Pero el calor y
levantarse y haber desayunado y son casi las doce y Martín que no llega. No
entiendo cómo no se lo toma en serio como yo; después de todo fabricar veneno
no es una cuestión menor. Hay que acertar la fórmula y en eso Martín es
infalible. En la escuela es el primero que levanta la mano cuando la maestra
pregunta algo e inmediatamente viene el golpecito en la cabeza para recordarle
que lo considero un traga en esos momentos. Él se ríe y me susurra después de
contestar correctamente otra vez:
— ¿Qué
querés? No tengo culpa de que me guste leer tanto.
A veces
pienso que soy un poco cruel con él. Pero me molesta que no se acople a mi
mundo, que prefiera leer un libro cuando yo quiero tirarle papeles a las chicas
o que en vez de trepar a un árbol o
jugar a la pelota se quede adentro mirando una película de ciencia ficción (que
me gustan, ojo, pero en una tarde soleada lo considero una pérdida de tiempo).
Por eso me enoja que no venga, porque una vez que me promete hacer algo que a
mí me divierte y se borre, me parece una traición, una falta demasiado grave.
Sobre todo cuando la vez pasada estuvimos tan cerca de pegar la fórmula.
Nuestros
sujetos de laboratorio son las hormigas, o alguna abeja desprevenida que se
esté ahogando en la pileta. Pero sobre todo las hormigas, las rojas, que son
una calamidad. Es que uno anda descalzo, sin prestar atención y mete el pie en
un hormiguero, les destruye la casa a las Rojitas y claro, sobreviene la
venganza y lo pican a uno que le queda la pata roja y llena de ronchas que
arden. Por eso ellas son las preferidas, porque un poco nos vengamos de sus
ataques y probamos el veneno en ellas.
Y ahora tengo que proceder solo, porque
Martín no vino y él sabe cuál es la fórmula correcta luego del fracaso
anterior. Juntar
todo y empezar a mezclar; café, yerba, detergente, una pizca de lavandina y algo de alcohol (que tuve que sacar con
cuidado para que mamá no me retara). Fabricar el veneno más potente que se
pueda con las cosas que había a mano en
la casa. Entonces probarlo primero en una de las hormigas, para saber que poder
tiene el veneno casero, y ver que al
principio parece resultar porque la hormiga se retuerce un poco sobre la tierra
y yo me río pero luego se me termina la sonrisa porque las hormigas no son como
nosotros, no se rinden tan fácilmente.
Ellas se
burlan de mis inventos torpes de humano y salen, enfangadas de mi veneno, pero
salen, de la viscosidad de mi inerte veneno y se van a toda prisa por el
pasto a refugiarse sin darse cuenta que han ganado. De que le ganaron a ese
nene de siete años que sigue riendo pero de bronca, al borde del llanto, porque
se equivocó la fórmula, porque Martín la sabía bien y no está porque seguro
falto más alcohol, mas alcohol y más café, porque la formula está mal y hay que
comenzar de nuevo al día siguiente.
Comentarios
A mi este texto me pareció una gran metáfora. Si supieras para el lado que agarré...Las hormigas son letras, el nene un escritor, el veneno. Bueno, el veneno es eso que tenemos por dentro, llamalo veneno, "mostro", etc y que queremos que destilar, sacar, transformar... No importa que las letritas envenenadas escapen a sus cuevas, seguí intentando, seguí buscándolas que han venido a picarte y eso es genial!
(puede que esté un poco loca, pero bueno es lo que sentí al leerlo, me dieron ganas de ir a buscar hormigas coloradas por ahí ;)
Besos!
Besos
Mati...¿mis acentos donde están? Juaaaaaaaaaaas
Fijate en el párrafo final, como cambia el sentido: Martín no está o no ésta...
Mirá la Patito como muestra su vena surrealista. Qué bueno eso de las metáforas. La verdad, una veta.
Lehit