Un sueño en un sueño







    Se sienta ante una mesa lujosa, llena de comida exótica pero deliciosa a los ojos. Viste elegantemente, como no recuerda haberlo hecho antes. Sabe que debe tener unos ochenta años, las manos que se dirigen con un pulso para nada firme hacia la comida, provistas de tenedor y cuchillo, se lo confirman. Están viejas, arrugadas, pero lucen muy pulcras, aunque unas cicatrices distribuidas sobre ellas rompen la armonía y las vuelven imperfectas. No hay anillos. Solo una marca circular en el dedo.
Termina de cenar (pues las velas en la mesa y las ventanas cerradas le indican que ya es de noche) y se dirige con paso seguro, a pesar de las rodillas un poco desaceitadas hacia una puerta. El recorrido se le hace habitual. Abre la puerta y ve que es un estudio, mientras tras de sí oye como es levantada la mesa, al parecer con una prisa forzada, por gente que se encontraba esperando el final de su cena. Pero no se vuelve a mirar, parece acostumbrado a esa rutina. La puerta se cierra tras de sí por la acción de su mano. Todo le es familiar en ese cuarto, hay fotos en todos los rincones que no consigue recordar, momentos que no puede evocar. Familia, presuntas vacaciones en el mar. Cacerías de animales que no recuerda haber visto en su vida. Y la gente que lo acompaña tampoco escapa a su amnesia emocional, porque sus caras no le resultan conocidas, aunque esté con ellos ahí, en las fotos, sonriendo estúpidamente. Perplejo, se sienta en un lujoso pero poco cómodo sillón que sin embargo se amolda perfectamente a su cuerpo; sin duda pasa mucho tiempo allí. Hay una multitud de papeles diseminados sobre el escritorio. Les da una hojeada hasta que se topa con un resumen de cuentas del banco. No reconoce su nombre en él, pero aun así sabe que ese es él, aunque no viene a su cabeza haber visto alguna vez tantas cifras juntas en su vida. Sin duda tiene mucho dinero. Parece que no le va mal en la vida. Un bostezo se escapa rabioso de su boca haciéndole doler toda la cara. Decide levantarse y dirigirse hacia su dormitorio. 
Atraviesa galerías y pasillos oscuros, débilmente iluminados por las pocas luces que va encontrando en su camino, mientras refulgen aquí y allá objetos de oro y plata, junto con marcos que encierran pinturas raras pero seguramente costosas. Sube la escalera de madera lujosamente lustrada como si naturalmente hubiese pisado esos escalones miles de veces antes. Aparecen en esta área, más cuadros, gigantescos y finos cuadros que nunca llegara a comprender, pero que cubren las paredes a la perfección. Casi como por inercia empuja una puerta que parece ser la de su habitación. Entra y enciende la luz, solo para darse cuenta de que ese lugar, aunque acogedor, parecería destinado a mucho más de una o dos personas. Nota que en otro tiempo habitó también allí una mujer. Lo nota porque hay un mueble tocador con un espejo bajo, y sobre el mármol del mismo hay infinidad de arreglos y joyas, así como perfumes y demás cosas inútiles. También el lado derecho de la cama está dispuesto de forma diferente y su respectiva mesa de luz se encuentra llena de utensilios poco varoniles. Sabe que ha tenido mujer, pero que por alguna trágica y triste razón ya no está. Tan triste que lo ha obligado a no poder deshacerse de sus cosas. Se sumerge en las frías sábanas, del lado que sabe, siempre ha dormido. Por algún motivo ajeno al cansancio cierra sus ojos y se va durmiendo rápidamente, como extasiado.



Despierta con una fuerte sensación de sed que parece quemarle la boca y al abrir los ojos se da cuenta que está durmiendo en la calle, entre frazadas y trapos que forman una cama frente a la vidriera de un local de ropa que de día cobra fortunas por sus prendas.  Sus atuendos no encajan con las demás colecciones en vidriera, no están muy deteriorados pero no le sientan bien, le aprieta la camisa y el pantalón está demasiado suelto, remediado con un cable que hace de cinturón pero a la vez le oprime demasiado la cintura, tanto que siente que le falta el aire. Se incorpora y se da cuenta de que la sed es parte de una resaca terrible que le carcome también el estómago. Intenta dar un paso pero su pie derecho parece detenerse al primer impulso y al bajar la vista descubre que tiene el pie atado con una soga. El otro extremo de la soga está aferrado a un carrito de supermercado que lo espera firme, junto con su carga de cartones y latas y otras cosas inservibles hace un par de minutos, en el sueño.
Un poco mareado, comienza pensar si lo anterior que vivió era un sueño solamente. ¡Que crueldad! No puede creer que haya sido un sueño. Pero quizá no, quizá esto de ahora sea un sueño (intenta reconfortarse) quizá esto no sea más que un sueño, o más bien una terrible pesadilla. Podría aún estar durmiendo en esa cama tan suave y cómoda y en unos minutos alguien lo vendrá a despertar. Sería lo mejor. 
¿Acaso esos recuerdos vienen de otros tiempos? No recuerda mucho, como si hubiese vivido el guión de la vida de alguna otra persona. Sabe que no es rico. Se convence. Sabe que cada día tiene que recorrer cientos de cuadras para conseguir la chatarra, cartón, metales que vende para alimentarse y para seguir alimentando esa resaca que ya es como parte de su ser y que a veces, solo a veces, le hace olvidar del pasado que carga en sus hombros.
Se aleja de su improvisada casa sonriendo al recordar la suntuosidad de su sueño, la imaginación que todavía conserva. Aunque no logra entender porque entre tanta gloria onírica y su realidad se esparce el mismo sentimiento; una soledad que lo cubre todo, cada fibra de su ser.

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