This Is the End







Qué se acaben los días de guerra. La muerte que ronda la cara de los niños, cuando no había apocalipsis y se morían igual. Ahora sonrío, todo está terminando, pero al menos es para todos. ¿Podría extrañar un rostro que pienso haber olvidado hace tiempo? ¿Podría extrañar algo de lo perfecto en toda esta imperfección?

La voz de mi abuelo, tan firme y recta cuando era chico. Recordar el viaje en tren a Entre Ríos para visitarlo. El abismo amenazante de un Maelstrom provinciano, imaginado por un niño que asomado a la ventanilla del tren, vio esa noche ese abismo apócrifo y no el verdadero puente de Zárate y el río calmo abajo. La suerte de crecer y que ese mismo abuelo firme se convirtiera en compinche cuando  trabajamos juntos, compartiendo mates amargos que yo no valoraba pero que aceptaba con tal de sumarme a su mundo.

La luz de la estufa de mi abuela, ya de grande, cuando nos junto a los nietos y nos cocinó el tan amado Strudel (deformado en estofado por los inmigrantes del Volga). Esa luz de calor, naranja, irreal. Mi abuela sentada frente a ella ese invierno frío, dormitando el ligero sueño de morfina mientras  se cocinaba la comida y el cáncer habitaba su cuerpo de anciana. Cuánto amor se debe tener para despedirse así, para pensar en una última reunión, preparando la partida inexorable.

Adiós abuelos.

Entre todo emerge el primer amigo de la adultez, el perro maldito ¿Por qué haberle puesto por nombre? ¿Para que se escapara siempre, para que rompiera todo? ¿Podría haber querido y odiado más a un perro que a ese inútil e irresponsable enano cruza indescifrable? Cuando de tanto escaparse se perdió me dolió mucho más de lo que pensaba. Adiós Poe.

Pero no puedo dejar de pensar que también en toda este apocalipsis hay más injusticias y falsedades que se van, que cosas buenas que rescatar. 

Se van las mentiras, las increíbles excusas de los políticos. Se extingue la indignante mesa llena contra  la vacía donde no alcanza a haber migas ni sobras. Se van las miradas cómplices de la traición, los encuentros furtivos y egoístas. Se va la violencia de los poderosos, de los fuertes. Se va el ego del maltratador, del femicida que piensa que algo le pertenece. Como si algo en todo esto perteneciera verdaderamente a alguien, como si no fuera todo como agua entre las manos.

Adiós humanidad. 

Un dolor si me queda, debo reconocer, que se vaya Kafka y su romántica perdición. Poe (no el enano, sino el gigante) y  sus infiernos terrenales, su amor metafísico. Que Borges y Tlön y los malevos se pierdan en este infierno del final. Cortázar y su jazz en palabras. Bolaño y los detectives salvajes. El terror natural de Quiroga. La sangre de King. La pequeña y enorme vida de William Stoner. El realismo mágico de Márquez. La voz quebrada y narcótica de Alejandra (siempre Alejandra). Las estatuas de Bomarzo. El Arltlinismo. La tierra media, los Hobbits, el enorme Tolkien. Un Quijote y un Sancho. 

Todas la voces que vivieron sobre nuestros ojos. 

Adiós mundo, adiós magia, adiós literatura.



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