La Cata

 


Catalina Segovia Schmidt, “La Cata” como le decíamos todos, era mi abuela por parte de madre. La Cata era una araña. Era alta y esbelta, con unos brazos y piernas finos. Tenía el pelo blanco y brillante recogido siempre con un rodete y una mirada fría e inexpresiva. Las arrugas de su cara le daban un aire de dureza más que de bondad. La piel era fina pero inmaculada. Toda su vida había cuidado su imagen y en verdad mi madre parecía ser la hermana más que la hija. 

—La Cata quiere que me interne—me dijo mi madre cuando fui a visitarla una tarde en que volví de mis frecuentes viajes al interior del país—dice que no estoy bien, que nadie me va a poder cuidar, vos no te hagas problema Gerardo, yo voy a ir, creo que será lo mejor para todos—. Cuando la escuché tan resignada me rompió el corazón. Lo primero que hice fue empezar a pensar la manera de quedarme, poner alguna excusa en el trabajo para quedarme con ella.

— Ma, voy a tratar de quedarme ¿que decís? Como me podría ir si…

—¡Gerardito! ¿Como estas hijo tanto tiempo?— La Cata apareció por el patio donde estábamos hablando, con una bandejita de plata y unas tazas de té humeante en la tarde fresca. Cuando la miré, supe que había estado escuchando lo que hablábamos con mamá, seguramente asomada a la ventana de la cocina. No le contesté el saludo ni le acepté el té.

—No te preocupes querido, ya está todo arreglado, tu mamá va a estar bien donde la mandamos y así vos podes seguir viajando—me dijo con resolución. Yo ensayé una oposición pero mi madre me tomó la mano y vi en su mirada la resignación. No dije nada y me marché. 

Después de esa tarde no volví a ver a mi madre. Se había internado como le había sugerido La Cata y nunca tuve el valor ni el coraje de aparecerme por el nosocomio para verla. En cambio seguí con mis viajes de trabajo hasta que al cabo de unos meses me enteré que mamá había fallecido de un infarto.

¿Cómo describir los hilos que entretejía La Cata para controlar a toda la familia? ¿Cómo contar aquí la forma en que había destrozado el espíritu del abuelo, llevándolo al suicidio? Y cómo contar los entreveros que maquinó para que mis padres se separaran cuando yo todavía era un bebé logrando que mi padre nunca más pudiera verme. 

Nunca entendí sus motivaciones pero siempre las sospeché. En nuestro círculo La Cata era venerada por todos. No había lugar donde no tejiera sus hilos de control y ocupara el lugar de las decisiones. En la iglesia mandaba más que el Padre. En la sociedad de fomento siempre fue la presidenta. No había rincón social ni familiar donde ella no estuviera metida, dispuesta a reinar por sobre todos.

Cuando estuvo convaleciente, a los noventa y siete años, me mandó a llamar y fui. No se me ocurre como haberme podido negar. La encontré acostada en su cama de bronce pulido. Se veía algo desmejorada pero no había signos de que estuviera moribunda. 

—La procesión va por dentro—me dijo apenas me senté en un taburete a su lado. Se había dado cuenta de mi sorpresa al verla tan lúcida—No creas que no me siento morir, solo que mi espíritu soporta muy bien los embates de la muerte—hizo una pausa, tragó saliva y siguió hablando—Gerardito, nene, siempre supe que mi control no te agradaba. Que veías en mí a un ser manipulador y desagradable. Quizás sea verdad, pero no pude ser de otra manera. Vos más que nadie tendrías que entenderme—por supuesto que no la entendía pero la seguí escuchando igual. —Antes de que vos nacieras, te salvé la vida. Tu madre quería abortarte y yo se lo impedí. Algo cambió en ella cuando fue madre, sus sueños se malograron pero no fue mi culpa, deberías entender que la decisión fue para bien. Yo no supe qué responderle, seguramente mi cara reflejó la confusión por lo que me estaba revelando. Una lagrima alcanzó a caer por mi mejilla. Con una fuerza que no correspondía con una convaleciente me atrajo hacia ella y me beso el pelo. Yo la abracé, sin amor, y salí rápidamente del hospital. La Cata murió ese mismo día.

Un tiempo después fui a visitar el panteón familiar. Me sorprendió un bordado que había colgado dentro, después averigüé que lo había mandado a hacer mi abuela antes de su muerte. La imagen intentaba mostrar un árbol genealógico, con unas ramas finas que conectaban  todos los nombres. En el medio, más grande que el resto estaba el nombre de La Cata. Si uno se alejaba un poco de la imagen no podía no ver una araña de múltiples patas con el nombre de mi abuela como si fuera el cuerpo.


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