Reloj Delator

 



                                                   Photo by Jiyeon Park on Unsplash



En mi casa, en la estantería donde guardo mis libros, sobre mi acuario plantado, hay un reloj de cadena antiguo. No es de oro ni plata y creo que no tiene mucho valor monetario pero fue una de las cosas que trajo mi tatarabuelo cuando vino con su familia desde el Volga hacia Argentina. El reloj no funciona bien, cada tanto le daba cuerda pero en forma extraña, se le ocurría hacer tic tac cuando le placía, es decir que no empezaba a andar ni bien le daba cuerda, sino que podían pasar minutos, hasta horas o días y uno escuchaba de la nada el tic tac metálico, como si alguien más le hubiese dado cuerda sin tocarlo. Eso me asustaba, me calmaba imaginando que el mecanismo estaba oxidado y que recién cuando la fuerza de los mecanismos lograban vencer la herrumbre, ponían echar a andar el reloj.
Hace algunos años yo tenía un perro, lo había adoptado de pequeño y lo había llamado Poe en honor a uno de mis escritores favoritos (Cortázar y Borges completan la Santa Trinidad Literaria). Poe era el perro más sinvergüenza que pudiera existir, era caprichoso, se escapaba todo el tiempo, no podía llevarlo con correa sin que me arrastrara por el barrio. En fin, un perro hijueputa. Ciertas veces, cuando al reloj se le daba por echarse a andar, Poe era el primero que reaccionaba, se paraba en sus dos patas traseras y comenzaba a ladrarle al reloj. Se enfurecía del peor modo cuando sentía el tic tac y muchas veces yo me daba cuenta de que el reloj estaba funcionando sin llegar a oírlo porque Poe se desesperaba por agarrarlo, ladrando y saltando hacia la estantería. Por suerte era demasiado enano y no llegaba muy alto. Pero una vez casi tira la pecera en el afán de desquitarse con el reloj, y ese fue el colmo. Tome la reliquia y la guarde, envuelta en varios trapos en lo alto del placard y no volví a darle cuerda ni a escuchar el tic tac. A veces sorprendía a Poe en mi habitación, con las orejas atentas, mirando el placard, como si intentara escuchar un sonido demasiado débil y lejano hasta para sus oídos caninos.
Hace algunos años perdí a Poe. Aunque lo busque por media ciudad, puse carteles y publique la búsqueda en internet, nunca apareció. Como mi casa queda cerca de una autopista siempre sospeche que lo habían atropellado en una de sus correrías.  Me dolió más de lo pensaba que podía doler y después de muchos años todavía lo sigo extrañando. Uno de estos días de cuarentena, me puse a limpiar la casa y encontré el reloj que había guardado entre los trapos en lo alto del placard. Lo tomé y le di cuerda y como me imaginaba nada sucedió. Lo dejé otra vez sobre la pecera esperando el momento en que el mecanismo comenzará el ciclo de nuevo. Esa noche me despertaron ladridos y arañazos en la puerta, con una violencia y desesperación que no eran de este mundo. Cuando llegué al living los ladridos habían desaparecido, abrí la puerta de entrada pero no había nada. Cerré la puerta extrañado y en el silencio distinguí el latido del reloj que había vencido a la herrumbre y estaba haciendo Tic Tac.

Comentarios

José A. García ha dicho que…
Tengo un reloj similar, que hace algo similar, como cambiar de hora, tictaquear cuando tiene ganas... Me falta el perro. Pero nunca me gustaron los perros.

Saludos,

J.
Matías Altamirano ha dicho que…
Hágase de uno, son como los hijos, indescifrables.

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