Birdbox

 






El niño llevaba una cajita de cartón entre las manos, con unos agujeritos en los costados, una cajita apenas más grande que sus manitos. De vez en cuando dejaba de caminar y ponía la cajita al sol, intentando que un poco del sol del mediodía entrara en la cajita y le dejara ver a la criatura que iba dentro. Llevaba el uniforme de escuela un poco sucio y desarreglado. Tenia el cabello negro corto, con un extraño flequillo marcado que seguramente algunos compañeritos le habrían hecho notar. Las zapatillas habían sido blancas, quizás al inicio de año, pero ahora tenían una pátina gastada, algo amarronada en ciertos lugares, gastada en otras, las habían limpiado mal y a las apuradas. Cargaba también una mochila enorme,  casi del doble del tamaño de su torso y que cada ciertos metros tenía que reacomodar en su espalda porque se le resbalaba de los hombros. Era azul sin dibujos ni decoraciones y también estaba descuidada. 

Cuando llegó a la plaza del barrio se desvió de su camino y se acercó a uno de los bancos de madera. Dejó la cajita en el banco y apoyó la mano en la pera, como preguntándose algo para sí mismo. Se rió por lo bajo y se alejó lentamente, sin dejar de mirar la cajita con agujeritos, hacia un árbol que estaba a unos metros. Acarició la corteza áspera y se agacho a vigilar que pasaba con su cajita. Por unos minutos se dedicó a ver si algún pajarito se acercaba pero pasó algún tiempo y ninguno vino. Desde dentro de la caja se escuchaba un tímido canto, como si el pajarito que iba dentro se hubiera dado cuenta que estaba en una plaza. El niño se distrajo con un nido de hormigas que encontró al pie del árbol. Tomó un palito y empezó a dejarles cerca de la entrada del hormiguero todo lo que le parecía que podrían querer llevarse. Hojita rotas, unas migas de pan que llevaba en el bolsillo, se entusiasmó cuando encontró un bicho muerto y lo sumó a la ofrenda. Así estuvo un tiempo entretenido y no se acordó del pajarito en el banco hasta que escuchó un cantito que respondía al canto dentro de la cajita. Dejó las hormigas en paz y miró al banco. Se habían reunido cuatro o cinco pajaritos y miraban la cajita, que se movía de un lado para otro y amenazaba caerse al suelo. El niño temía que se cayera pero no quería interrumpir las visitas que su nueva mascotita estaba teniendo. Pensaba que sería la última vez que el pajarito estaba en la plaza con otros compañeros y no quería robarle esos momentos. Presentía que estaban comunicándose, que los salvajes de fuera le estaban contando de lo grandioso que era estar libres, volar cuando quisieran, remontarse al cielo, ver otras plazas, sentir el viento en las plumas. El de dentro, que había nacido en un criadero y nunca había sido libre quizás pensaba que era una molestia tener que buscarse uno su propia comida y andar cuidándose de aves rapaces y gatos.


Cuando el niño no aguantó más se acercó al banco y los demás pájaritos desaparecieron. Tomó la cajita y la miró al sol. No veía ni escuchaba nada dentro. La sintió más liviana y pensó que al fin para uno de los dos la libertad valía más que los riesgos. Se acomodo la mochila y retomo el camino a su casa con la cajita con agujeritos vacía entre sus manos.





Comentarios

José A. García ha dicho que…
Vacía, pero feliz. Y no sólo la caja.

Saludos,

J.

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