Bestia Buenos Aires

 







Existe un destino y una verdad. Hay también una esquina que se va desvaneciendo lentamente en el recuerdo, como una cosa con vida, que se pudre en el tiempo del olvido. Yo se que piensas de mi, Theo, que no te explicas estos arranques de melancolía absurda de a dos centavos. Hay una esquina que se desvanece lentamente en el recuerdo. Un triste farol olvidado que apenas ilumina esa esquina, esa única esquina sedienta de amantes, sedienta de reflejos de trajes de amantes, sedienta de mentiras de bocas de amantes. Y todo lo demás no existe. ¿Recuerdas cuando caminamos Corrientes hacia el río? Yo iba con ese vestido con flores, con unas margaritas preciosas, era azul, y tu ibas tan bien vestido, con tu sombrero, con tus cigarros extinguiéndose cada dos o tres esquinas.

Algo que se niega a dormir es porque tiene miedo de no volver a despertar. Una moribunda en agonía. Disfrutando los últimos segundos eternos antes de que todo se extinga.
 
Hay una tristeza embriagante que flota en Buenos Aires. La sentí en el puerto la primera vez, cuando vine escapando de la guerra. Se encuentra en todo lo que existe en esta ciudad. Los muebles, la música, la gente. Tú también hueles así Theo, aunque no te des cuenta. Parece una nostalgia arraigada en las paredes rotas, en los pies de los transeúntes de San Telmo o de La Boca. Como una herida abierta en el monstruo Buenos Aires que respira agitado mientras asiste a su propia muerte. Bestia centenaria obligada a morir lejos de donde nació. Pero que no muere nunca, que se resigna a su papel de Prometeo sudamericano, donde en vez de águilas son sus propios hijos quienes le devoran el hígado, el corazón, los ojos. Ciudad ciega en la que se respira hambre y sed y melancolía. Hace falta tanta cocó para olvidar, para sentirse bien en los bailes o en las calles atestadas de muertos que no saben que lo están, que asisten al banquete de su propia existencia. ¡Oh Theo! estas perdido, condenado. Esta enfermedad Buenos Aires también te pertenece y no hay forma de que puedas salvarte. Debo irme querido, debo aprovechar que la guerra terminó y volver a Europa, tomar el primer buque y salir de ti y de esta ciudad y de este entrevero. Cuando llegué pensé que todo iría bien, que podría acostumbrarme a sus maneras locales, a la resignación, a ti. Pero es todo un engaño, un espejismo en un desierto de lágrimas. Cuánto tardaré en olvidar tus pequeños y redondos ojos de cachorro acomplejado. No necesito otro lastre más que el mío al que tratar de arrastrar, aunque suene cruel.
Olvídame si puedes, yo haré lo mismo, volcaré mis dolores en silencio, cerraré los ojos y pensaré que nada de esto existió, que fue solo un sueño. Procura tú hacer lo mismo, o si quieres lamentarte como los tangos que tanto te gustan, canta bajo la luna brillante mientras caminas al lado del río, como lo hiciste conmigo solo que esta vez tus melodías no me tendrán para que las reciba, flotaran en el río y en las calles, dormirán a la bestia Buenos Aires en su sueño de tangos y licores, de eternas lamentaciones.


(Fragmento de la novela "El Caso Bizom")


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