Tremblay I

 







Tremblay abrió la puerta de su departamento, tiró su abrigo en el sillón más cercano, arrojó el tapabocas al piso y se dirigió a la computadora. Abrió el buscador y escribió: cómo espiar a una persona a través del celular y le dio Enter. Enseguida en la pantalla aparecieron dos millones seiscientos diez mil resultados. No quiso leer ni uno. Ofuscado se reclinó en el asiento y sacó la botellita de whisky de su bolsillo. 

—¿Para esta mierda me hice detective, para terminar como un nerd buscando en internet? Maldita cuarentena de mierda— dijo y bebió un sorbo.

El silencio total del cuarto le pareció raro. Notó que Max, su perro, no había venido a recibirle y eso era poco común. Lentamente guardó la botellita en el pantalón y buscó el arma en el otro bolsillo, pero no llegó a tomarla. Sintió una pequeña presión en el hombro y una voz detrás suyo que le dijo.

—Muy tarde señor Tremblay, no intente nada que me obligue a terminar aquí y ahora su aburrida vida.

—Aburrida pero mía, mi señor, solo espero que haya respetado la vida de Max.

—No se preocupe, elimino personas no animales.

—En ese caso estoy salvado.

—Gire lentamente y no intente ningún truco

Tremblay hizo caso y se giró en su silla de escritorio. Examinó al tipo que le apuntaba. Se había alejado hacia el umbral. Era bajo y extremadamente delgado. Sus grandes ojos negros refulgían malicia. Tenía unas ojeras marcadas en la piel pálida como si fuera un dibujo animado. Tremblay pensó que bastaría un solo puñetazo para quitarle todo el aire y hasta quizás partirle fácilmente un par de costillas, si pudiera acercarse lo suficiente. 

—Acérquese más hombre, no puedo verlo bien— dijo Tremblay fingiendo inocencia.

—Sin trucos he dicho mi amigo, aquí estoy bien y no me acercaré a usted por nada del mundo. Dicen que aunque su cuerpo se vea tosco, posee usted una agilidad endemoniada y no quiero corroborar esos dichos.

—Lo que dicen y lo que es siempre son cosas diferentes, debería saberlo usted que parece que está en este negocio lo suficiente como para lograr emboscarme a mi- dijo Tremblay sonriendo, con sus enormes dientes blancos.

—No llevo tanto tiempo en el negocio mi amigo, pero he aprendido rápido. Y usted se ha quedado en el tiempo si me permite decírselo. Por ejemplo su búsqueda, debería saber que hay muchísimas personas mucho más capacitadas que usted para espiar en las redes hoy en día y que bastaría conectarse con cualquiera para resolverle esa clase de tareas. No siempre es bueno ser un hombre solitario y anticuado—dijo el extraño y soltó una risita maliciosa—además debería saber que me enviá la misma persona que a usted lo contrató.

Tremblay cambió su cara de satisfacción cuando oyó lo que el extraño le dijo. Recordaba a la mujer que lo había contratado, su cara pequeña y bien formada, sus curvas que se adivinaban para el ojo observador debajo de toda la ropa que había traído puesta la vez que había visitado su despacho. Seguramente ni siquiera se llamaba Diana Soto. Pero ese siempre había sido su punto débil, en cuestión de mujeres con dinero, él siempre aceptaba la historia de sus clientes. Después tenía tiempo de investigar si eran verdades.

— A lo que vamos, usted tiene que le pertenece a mi clienta. Valoro mucho la forma en que lo obtuvo pero ya es hora de que me lo entregue—exclamó el extraño levantando el revólver y apuntándole directamente al corazón de Tremblay.

—Es verdad que tengo el artefacto pero temo que prefiero dárselo personalmente— contestó Tremblay y se reclinó en su silla casi hasta levantar las piernas. En una décima de segundo alzó violentamente una pierna y golpeó con ella la mano del extraño que sujetaba el arma. El revólver salió disparado hacia el techo y mientras el extraño seguía su trayecto para volver a tomarla, no reparó en los más de cien kilos de masa de Tremblay que se le abalanzaron derribandolo furiosamente contra la puerta de entrada. En no más de dos segundos el extraño se encontró derribado y luchando por hacer entrar algo de aire a sus pulmones. Tremblay se puso de pie y tomó el arma. Arrastró al extraño hacia el medio del salón y le apuntó directamente a la cara.

—Mi señor—dijo Tremblay— voy a pedirle dos favores. El primero es que me diga el paradero de nuestra amiga en común. He intentado contactarla para devolverle el artefacto pero no he podido. La segunda es que deje de mirarme con esa cara de satisfacción ya que no lo veo en posición de disfrutar de nada.

—Espere— respondió el extraño roncamente, apenas podía respirar—yo tampoco se donde encontrar a nuestra amiga mutua. Me contrató por internet. Y aunque busque por todos mi medios no pude encontrarla ni averiguar de quién se trataba. Además me atrajo más encontrar el artefacto que me pedía que buscara.

—Digamos que entonces sus métodos no son tan eficaces—respondió tremblay esbozando una sonrisa

—Me temo que no, ahora le voy a pedir que deje de apuntarme, esa cosa ni siquiera está cargada.

—Vaya, por el peso yo diría que tiene algunos proyectiles. Podría equivocarme, ya me ha pasado antes. Ahora bien, le daré un consejo, mi amigo. Uno no debería confiar en las personas que conoce por las redes, esto usted debería saberlo ya. No hay una forma mejor de conocer a las personas que viéndolas a la cara. Uno aprende a saber cuando mienten o cuando dicen la verdad. Seré anticuado pero confío más en los viejos métodos. Los tiempos cambian pero las mañas permanecen, mi señor—dijo Tremblay y presionó el gatillo.

 


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