Tremblay II

 


El dolor en la pierna no sosegaba. ¿Cuántas veces más debería terminar así un día de trabajo? Tremblay pensó que era verdad eso del paso del tiempo, no un invento de los viejos y sus manías. También le dolía la espalda, hacia el final de la columna, se sentía como si se fuese a desprender la carne . Cada movimiento le dolía, incluso respiraba lentamente para no expandir demasiado los pulmones. Bebió de su licorera y el líquido pasó por su garganta calentando todo el recorrido. Se sintió bien por unos segundos, los suficientes para liar un cigarro y sentarse más cómodamente en el auto a vigilar el 103 de la calle Stingray. 

Para cuando notó algún movimiento el sol se había puesto pasando los edificios bajos del barrio. Los pocos autos que pasaban lamían con sus luces el sucio asfalto. Tremblay estaba cavilando sobre al asunto de Forbes & Cia cuando vio llegar un taxi que paró unos metros más adelante de la casa que custodiaba. Del vehículo bajó una mujer, vestida elegantemente, con un pañuelo negro que le cubría la cabeza y unas gafas oscuras que para nada eran necesarias dada la hora del dia. La muchacha (era joven y Tremblay creía haberla reconocido) miró hacia todos lados antes de acercarse a la ventanilla del taxi y hablar con el chofer. No pudo adivinar en el momento que le decía, pero el conductor en un momento hizo un ademán de aceptación con la cabeza y salió acelerando furiosamente por la calle. Apenas la muchacha entró, Tremblay arrojó el cigarro y bajó del auto. Palpó su bolsillo, sintió el revólver y se acercó a la casa.


—Pudiste engañar a todos, a Spade, a Cairo, hasta a Gutman cariño, pero no a mí—decía Tremblay mientras apuntaba a la muchacha que se había sentado en un sofá y lloraba en silencio. La habitación estaba iluminada solo por una lámpara de pie que quedaba atrás de la gruesa espalda del inspector. Sobre la alfombra la sombra deformada de Tremblay estaba quieta y alerta.

—No es cierto Theo, no he engañado a nadie. Menos a ti, solo quería un mejor futuro, lejos de todas estas mentiras y engaños—le respondió la muchacha y sacó un pañuelo blanco para sonarse.

—Y para escapar de las mentiras y engaños ¿que has hecho? Yo te lo diré; mentir y engañar y dejar un tendal de muertos en el camino. No tardaré mucho contigo, eres peligrosa si se te deja hablar o defenderse. Vi como le mentiste al conductor del taxi y lograste no pagarle. ¿Qué le dijiste? ¿Que tu madre estaba enferma, que tenias lo justo para los medicamentos? No me interesa en realidad, solo dime una cosa y me iré. ¿Dónde está la verdadera estatuilla del Halcón?—la interrogó Tremblay.

—No se de que me hablas, Theo, tienes que creerme—contestó con nuevas lágrimas en los ojos, la muchacha se había puesto pálida y movía los ojos con un temblor que daba pena.

—Maldición que eres buena, no me conmoverá ni por un segundo—dijo Tremblay y avanzó hacia la muchacha con el arma en alto—ahora basta de mentiras y dame aunque sea una vez algo verdadero. El halcón de oro.

—No puedo hacerlo cariño—dijo la muchacha y en un segundo su fisonomía cambió violentamente. Dejó de llorar y levantó las cejas. Sus ojos se crisparon y un brillo maligno apareció en ellos. Tremblay vio una sombra pasar raudamente, habia alguien mas en la casa. No pudo adivinarlo, cayó derribado, lo siguiente fue oscuridad y silencio. 



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